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La blasfemia ya no es lo que era. Se ha resignificado.
Blasfemar ya no consiste en imprecar a la divinidad y en ofender a lo más sagrado. Eso ya no es lo subversivo, desde el momento en que el poder alienta ese tipo de comportamientos. Blasfemar consiste hoy en la denuncia de una dogmática de baratillo que ha sustituido a lo sacro y lo divino y se envuelve en las lentejuelas del progreso.
Blasfemar es una cosa cada vez más sencilla, incluso elegante. Basta con la expresión de un pensamiento contracorriente o de un discurso más o menos ordenado, siempre que tome partido por la parte maldita y que entronque con el carácter contradictorio y complejo de las cosas. Desde las guerras culturales hasta el impacto político del COVID, desde la utopía del multiculturalismo hasta los nuevos significados de la derecha y la izquierda, desde el retorno de la idea de raza hasta la incertidumbre sobre el futuro de Europa, Adriano Erriguel desbroza esas y otras polémicas desde la postura irreverente de aquél que escribe contra su tiempo.
El pensamiento blasfemo no hace prisioneros, no busca el consenso, no es centrado ni moderadito. El pensamiento blasfemo no quiere hacerse respetable ni obtener la benevolencia del enemigo. Le basta con el recurso a la denuncia, a la sátira, al humor, a la crítica, y a quien le acuse de «reaccionario» responde: «No hablo tu idioma».